martes, 17 de noviembre de 2009

Pava Popova: El pavismo en el País de los Soviets

Acudían a los cafés con trajes de aviador, se pintaban en la cara los unos a los otros perritos que meneaban la cola, avanzaban lentamente por la Avenida Minsk con cucharas de palo en la mano, sin dejar de soñar por ello con grandes lagos que calentados por centrales térmicas se convertirían en sopas con las que paliar en épocas de escasez el hambre de los pueblos hambrientos. Eran ellos y eran ellas ancestros pavistas, los primeros tal vez del siglo XX, que con la cabeza rapada llenaban de pinceles y mandarinas las tardes breves de una Rusia que aspiraba a convertirse en el epicentro del futuro.



El pasado 14 de noviembre una delegación pavista, acudió al encuentro con la Historia. El Museo Reina Sofía se llenó otra vez de republicanos para celebrar la exposición que hasta el 11 de enero nos recuerda que hubo un tiempo en el que el triunfo del Héroe colectivo parecía posible, un tiempo en el que lo importante era construir, un tiempo que renegaba del pasado y que pretendía ante todo abolir las barreras entre el arte y la vida como primera conquista de una sociedad recién nacida.



Rodchenko y Popova, Maiakovski y Estepanova (que nunca renunció del todo a su caballete) y por encima de todos ellos el siempre olvidado Aleksander Vesnin… qué son sino para nosotros luces hermanas, trinos esperanzados, tortugas escorpiones, ranas tomate o pájaros roqueros playeros, en definitiva gentes como usted y como nosotros hambrientos de un juicio nuevo que, cómo no, debía venir acompañado de una lírica nueva, una lírica pura.


Una sociedad que volvía a nacer debía tener obligatoriamente al niño como objeto de culto, como Ser no corrupto por estériles transcendencias, capaz de volver a creer y sobre todo capaz de volver a crear. Ante semejante analogía, suponemos que inmediatamente les surge la duda ¿Es el constructivismo la pluma angular del ideario pavista?


Ya en la primera sala de la exposición nos damos conmovedoramente cuenta de que es inútil tratar de resistirse a la confirmación que se manifiesta ante nosotros con amorosa violencia. La voluntad determinada de los constructivistas de derribar una sociedad feudal, pretendidamente adulta, justificada por las luces de la ilustración, cobra especial protagonismo en los tiempos en los que nos toca vivir. Durante los primeros años del Siglo XX, la furia y la libertad creadora se convirtieron en “raison d’etre colective”. Los poetas se sindicaban, ofrecían recitales en las minas de Siberia, y no podemos decir que nos sorprenda que uno de los objetivos prioritarios de la Revolución era el de enseñar a leer a todos los ciudadanos del Nuevo Mundo que también colectivamente se comenzaba a construir.


Tal vez la reflexión sobre todo lo dicho nos conduce al convencimiento de que efectivamente no solo es el constructivismo la pluma angular del ideario pavista sino que además el pavismo mantiene activo en la actualidad el programa constructivista, lo corrige y lo ensancha en sus reivindicaciones más elementales, en este vodevil postmoderno en el que se ha convertido la cultura y la educación, esbirro despiadado de la primera.


Cada trazo de todo legajo expuesto estos días en Madrid nos subleva, nos anima y nos convence de que estamos en lo cierto, la búsqueda de nuevos lenguajes pasa irremediablemente por el niño, y esto lo sabían de sobra aquellos que durante un tiempo habitaron un mundo acabado de nacer.


¡Qué ningún niño se quede sin ver esta exposición!

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